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Jordi Borja: La Ciudad Conquistada

«La ciudad es el desafío a los dioses, la torre de Babel, la mezcla de lenguas y culturas, de oficios y de ideas. Sin memoria y sin futuro la ciudad es decadencia»

Jordi Borja (1941) es geógrafo y urbanista, y uno de los máximos referentes del desarrollo urbano de Barcelona tras la dictadura franquista. Fue miembro del gobierno de la ciudad de Barcelona de 1983 a 1995, con el alcalde Pasqual Maragall, y como tal concibió el ambicioso programa de descentralización de la ciudad, una de las claves del llamado «Modelo Barcelona».
Ha escrito libros como «Global y Local», con Manuel Castells (Taurus, Madrid y Earthscan, Londres, 1997), «Espai públic: ciutat i ciutadania», con Zaida Muxí (Diputació de Barcelona, 2001), y «Ciudadanía europea» ( Península, 2001,Barcelona).
Es Director de Jordi Borja Urban Technology Consulting S.L. consultoria que trabaja en España y en América Latina. Es Director del
Master «La Ciudad, Políticas, proyectos y gestión» (Universidad de Barcelona), profesor invitado en New York (Pratt Institute, 1999 y New School,2002) y en Paris, (Institut Français d´Urbanisme 1996-97 y 2001-2002), y codirector del postgrado de Proyecto Urbano de la Universidad de Buenos Aires.
Con la cibercomprensión y la fraternal promoción de los valores cívicos que ccompartimos con el excelente blog de  
café de las ciudades, presentamos el primer capítulo de su reconocido libro, La Ciudad Conquistada, que ha sido publicado  por Alianza Editorial. Según Borja, «este primer capítulo introductorio nos ha servido para exponer sucintamente las ideas que nos servirán de hilo conductor y que idealmente deberían guiarnos por los caminos de conquista de la ciudad. En el segundo capítulo presentamos la realidad múltiple de los territorios urbanos y de la sociedad urbanizada, las tres ciudades en las que todos vivimos: la ciudad de nuestro imaginario y de nuestra memoria, histórica, preindustrial, presente en nuestros centros y barrios; la ciudad metropolitana, de uso cotidiano, de deudas sociales acumuladas, herencia de la revolución industrial, una ciudad presente que ya es también pasado, pero no resuelto. Y la ciudad de la sociedad informacional, dispersa pero que pugna por construir nuevos ámbitos integradores, que percibimos mal, por su novedad y discontinuidad, pero en la que vivimos y que debemos hacer nuestra. Los dos capítulos siguientes se refieren al «hacer ciudad» y a «la ciudad como espacio público», en ellas predomina la visión crítica y propositiva del urbanismo. Los que siguen son en cambio más sociológicos y políticos. En el sexto presentamos la ciudad con sus miedos y sus fracturas, pero también con los desafíos que nos plantea y las respuestas que se manifiestan. Y en el séptimo exponemos que es o que puede ser la ciudadanía en la globalización, que innovación política requiere, que horizonte de derechos debemos alcanzar. La ciudad conquistada no como objeto sino como objetivo. En un último capítulo de conclusiones nos atrevemos a exponer de forma sistemática un conjunto de derechos ciudadanos que contribuyan a configurar la nueva ciudadanía en el mundo glocalizado».

 

La ciudad, aventura de libertad

1. Ciudad, espacio público y ciudadanía.

Este libro se articula en torno de tres conceptos: ciudad, espacio público y ciudadanía. Tres conceptos que pueden parecer casi redundantes puesto que la ciudad es ante todo un espacio público, un lugar abierto y significante en el que confluyen todo tipo de flujos. Y la ciudadanía es, históricamente, el estatuto de la persona que habita la ciudad, una creación humana para que en ella vivan seres libres e iguales.

También se puede considerar que estos conceptos forman parte de sistemas teóricos distintos, o por lo menos que corresponden a disciplinas independientes. La ciudad es una realidad histórico – geográfica, socio – cultural, incluso política, una concentración humana y diversa (urbs), dotada de identidad o de pautas comunes y con vocación de autogobierno (civitas, polis).

El espacio público es un concepto propio del urbanismo que a veces se confunde (erróneamente) con espacios verdes, equipamientos, sistema viario, pero que también es utilizado en filosofía política como lugar de representación y de expresión colectiva de la sociedad. Y la ciudadanía es un concepto propio del derecho público, que además se ha independizado de la ciudad a partir del siglo XVIII, para vincularse al Estado o a la Nación, como entes que confieren y reconocen con exclusividad este estatuto. El concepto de ciudadanía se ha extendido a otros campos, y además de la ciudadanía civil y política, que es la propia en sentido estricto, se habla de ciudadanía social, administrativa, cultural y laboral.

Es decir que nos encontramos con conceptos que por una parte tienden a confundirse (o encapsularse los unos dentro de los otros) y por otra a confundirnos por su tendencia expansiva, siendo hoy conceptos considerados usualmente como polisémicos.

La hipótesis subyacente a lo largo de todo el texto es considerar que estos tres conceptos están relacionados dialécticamente, que ninguno de ellos puede existir sin los otros dos y que nuestra vida depende en buena medida de esta relación. Los valores vinculados a la ciudad, de libertad y de cohesión social, de protección y desarrollo de los derechos individuales y de expresión y construcción de identidades colectivas, de democracia participativa y de igualdad básica entre sus habitantes, estos valores dependen de que el estatuto de ciudadanía sea una realidad material y no solo un reconocimiento formal. Y también de que la ciudad funcione realmente como espacio público, en un sentido físico (centralidades, movilidad y accesibilidad socializadas, zonas social y funcionalmente diversificadas, lugares con atributos o significantes) y en un sentido político y cultural (expresión y representación colectivas, identidad, cohesión social e integración ciudadana).

2. Dialéctica de la ciudad actual

Esta concepción dialéctica de la ciudad y la ciudadanía nos conduce a no considerar como antagonismos insuperables aquéllos que por su carácter antinómico y expresión conflictiva se nos presentan en el análisis urbano. Como son:

· La ciudadanía como estatuto que garantiza derechos individuales y como conjunto de derechos colectivos. La ciudad es históricamente reconocedora y protectora de los derechos del individuo, en todas sus dimensiones, desde el derecho a su privacidad (y deber de respetar la de los otros) hasta el derecho (y deber) de recibir asistencia (o darla) en caso de necesidad, desde el derecho a participar en la gestión de la ciudad hasta el derecho de refugiarse en ella. Pero no hay ciudadanos solos, los derechos individuales tienen una dimensión colectiva, sin derechos y deberes colectivos reales no hay ciudad.· La ciudad es una realidad político – administrativa que no coincide con la realidad territorial (aglomeración) ni funcional (área metropolitana) y tampoco muchas veces con la «sociedad urbana» (las exclusiones y las segregaciones dejan a un parte de la población «extramuros») ni con la imagen que tienen los ciudadanos de ella. Pero esta complejidad y esta polisemia han sido siempre propias de la ciudad. La ciudad tiene una dinámica específica que surge de las conflictividades que generan estas contradicciones. Conflictos entre instituciones y entre colectivos de población y de las unas con los otros. Por ejemplo en la medida que la ciudad posee, es, un espacio público, hay más ciudadanía, pero también más conflicto sobre el uso de este espacio.· La ciudad es un ente jurídico, una realidad social determinada por el Derecho. No solo porque éste determina su «institucionalidad», también y sobre todo porque es inherente al estatuto de ciudadano, que supone participar en la constitución de las instituciones representativas y ser sujeto libre e igual de las políticas públicas. Pero al mismo tiempo presupone inevitablemente momentos de alegalidad, cuando no de ilegalidad, puesto que la resolución de los conflictos y la conquista de nuevos derechos que la dinámica urbana (territorial y social) impone no pueden realizarse siempre en el marco legal preexistente. Desde el ejercicio de nuevas competencias por parte de los gobiernos locales hasta el reconocimiento del estatuto de ciudadano a toda la población residente los ejemplos de conflictividad al margen de los cauces estrictos de la legalidad son múltiples. La ciudad es a la vez «estado formal de derecho» y «derecho real a la transgresión».

3. Sobre la muerte de la ciudad y su renacimiento.

La ciudad ha muerto. Ahora es la globalización que la mata. Antes fue la metropolitanización que se desarrolló con la revolución industrial Y antes fue la ciudad barroca que se extendió fuera del recinto medieval. Periódicamente, cuando el cambio histórico parece acelerarse y es perceptible en las formas expansivas del desarrollo urbano se decreta la muerte de la ciudad.

Entonces se asume, con pesar o con indiferencia, el «caos urbano», se critica con nostalgia la revalorización de las formas y de las relaciones sociales construidas por la historia. Se substituye el urbanismo que ciertamente demanda nuevos paradigmas por la arquitectura o las infraestructuras, por productos propios del poder o del mercado. Y sin embargo la ciudad renace cada día, como la vida humana, y nos exige creatividad para inventar las formas deseables para la nueva escala territorial y para combinar la inserción en redes con la construcción de lugares (o recuperación de los existentes). Es preciso superar las visiones unilaterales que enfatizan la ciudad «competitiva» y la ciudad «dispersa» como la única posible en nuestra época. O, en un sentido opuesto, mitificar la ciudad «clásica» y la ciudad «comunidad», como si fuera posible y deseable el imposible retorno al pasado. No es aceptable tampoco instalarse en la cómoda posición de la consideración radicalmente negativa de la modernidad considerada como un proceso ineluctable que necesariamente arrasa con este pasado.

Hoy la ciudad renace, también políticamente. Es un ámbito de confrontación de valores y de intereses, de formación de proyectos colectivos y de hegemonías, de reivindicación de poder frente al Estado.

4. La ciudad y el Estado: en y contra el Estado.

¿La ciudad contra el Estado? También se ha podido decir «El Estado contra las ciudades». Y todo lo contrario: el Estado actual como «república de ciudades» o quizás como expresa el nuevo federalismo, como democracia territorialmente plural de nuevas-viejas regiones que son hoy sistemas urbanos más o menos polarizados por una capital y/o fuertemente articulados por un conjunto de ciudades – centro. En todo caso, si que se cuestiona la relación tradicional de subordinación de la ciudad al Estado y se propone un nuevo reparto de competencias y de recursos. No tanto una relación basada en la jerarquía y en la compartimentación de competencias como una relación de tipo contractual y cooperador. Con independencia que los sujetos de esta relación sean los Estados, la regiones (o «comunidades autónomas» en España, «estados» en países federales, «lands en Alemania, etc.) o las ciudades. O todos a la vez. En cualquier caso esta traslación político-jurídica supone una importante innovación legal, es la concepción «soberanista» del Droit Administratif que necesariamente se quebranta. El nuevo Derecho público que se precisa deberá tomar elementos no solo propios del self-government, del federalismo cooperativo y de la democracia participativa, también del Derecho privado, por ejemplo en lo que se refiere a la contractualización de las relaciones interinstitucionales o a la cooperación público-privada en el marco del planeamiento estratégico. La flexibilidad que hoy demanda el urbanismo operacional tiende a romper las rigideces que muchas veces tiene el ordenamiento jurídico administrativo.

5. Ciudad y ciudadanía: una conquista permanenteSi la mujer no nace si no se hace, como decía Simone de Beauvoir, al ciudadano le sucede algo parecido. Obviamente muchos nacen ciudadanos, pero otros no. Y los que nacen teóricamente ciudadanos luego, o de inmediato, la vida, su ubicación en el territorio o en la organización social, su entorno familiar, su acceso a la educación y al cultura, su inserción en las relaciones políticas y en la actividad económica…les puede llevar a dejar de serlo, o a no poder ejercer quizás nunca en tanto que ciudadanos. ¿El 50 % de los habitantes de la mayoría de ciudades norteamericanas que nunca votan ejercen de ciudadanos? Algunas razones, objetivas, habrá que expliquen un comportamiento tan masivo y aparentemente tan anómalo o contrario a sus intereses. Por no hablar de los sin papeles, a los que el Estado y la ciudad actuales les niegan formalmente la ciudadanía para concederles únicamente el derecho a ser sobreexplotados. Sus hijos nacerán ya como no ciudadanos.La ciudadanía es una conquista cotidiana. Las dinámicas segregadoras, excluyentes, existen y se renuevan permanentemente. La vida social urbana nos exige conquistar constantemente nuevos derechos, o hacer reales los derechos que poseemos formalmente. El ciudadano lo es en tanto que ejerce de ciudadano, en tanto que es un ciudadano activo, partícipe de la conflictividad urbana. No se trata de atribuir con un criterio elitista el estatuto de ciudadano a los militantes de los movimientos sociales si no de enfatizar que un desarrollo pleno de la ciudadanía se adquiere por medio de una predisposición para la acción, la voluntad de ejercer las libertades urbanas, de asumir la dignidad de considerarse igual a los otros. Los hombres y mujeres habitantes de las ciudades poseen una vocación de ciudadanía.6. La ciudad es una aventura de libertad. Una aventura y una conquista de la humanidad, nunca plena del todo, nunca definitiva. El mito de la ciudad es prometeico, la conquista del fuego, de la independencia respecto a la naturaleza. La ciudad es el desafío a los dioses, la torre de Babel, la mezcla de lenguas y culturas, de oficios y de ideas. La «Babilonia», la «gran prostituta» de las Escrituras, la ira de los dioses, de los poderosos y de sus servidores, frente al escándalo de los que pretenden construir un espacio de libertad y de igualdad. La ciudad es el nacimiento de la historia, el olvido del olvido, el espacio que contiene el tiempo. Con la ciudad nace la historia, la historia como hazaña de la libertad. Una libertad que hay que conquistar frente a unos dioses y a una naturaleza que no se resignan, que acechan siempre con fundamentalismos excluyentes y con cataclismos destructores. Y frente a los que se apropian de la ciudad.7. Las libertades urbanas.Las libertades urbanas, sin embargo, son muchas veces más teóricas que reales y sus conquistadores pueden ser los primeros en reducirlas o aniquilarlas para muchos de sus conciudadanos. El mito de la ciudad es el del progreso basado en el intercambio, pero las ciudades también son sede del poder y de la dominación. La ciudad es un territorio protegido y protector que, formalmente, hace iguales a sus ciudadanos, pero las realidades físicas y sociales expresan a su vez la exclusión y el desamparo de unos frente a los privilegios y al pleno disfrute de las libertades urbanas de otros. En todos los tiempos han existido ilotas, colectivos aparcados en los suburbios, sin papeles. Incluso normas formales o factuales que excluían a sectores de la población de avenidas, de barrios residenciales, de equipamientos de prestigio. En todos los tiempos la ciudad como aventura de la libertad ha hecho del espacio urbano un lugar de conquista de derechos.8. La ciudad y la idea de ciudad.La ciudad es, y es un tópico pero no por ello banal o falso, la realización humana más compleja, la producción cultural más significante que hemos recibido de la historia. Si lo que nos distingue del resto de los seres vivos es la capacidad de tener proyecto, la ciudad es la prueba más evidente de esta facultad humana. La ciudad nace del pensamiento, de la capacidad de imaginar un hábitat, no sólo una construcción para cobijarse, no sólo un templo o una fortaleza como manifestación del poder. Hacer la ciudad es ordenar un espacio de relación, es construir lugares significantes de la vida en común. La ciudad es pensar el futuro y luego actuar para realizarlo. Las ciudades son las ideas sobre las ciudades. Y si aún ahora una gran parte de la población del mundo vive en hábitats autoconstruidos, en los márgenes, en los intersticios, en las áreas abandonadas de las ciudades pensadas, es sólo una prueba más que la conquista de la ciudad es también nostalgia de futuro, una conquista humana a medio hacer.9. La ciudad como lugar de la historia.La ciudad es pasado apropiado por el presente y es la utopía como proyecto actual. Y es el espacio hecho tiempo. Así como no hay comunidad sin memoria tampoco hay ciudad sin proyecto de futuro. Sin memoria y sin futuro la ciudad es decadencia. La vida de la ciudad se manifiesta por medio del cambio, de la diferencia y del conflicto. La ciudad nace para unir a hombres y mujeres y para protegerlos, en una comunidad que se legitima negando las diferencias. Pero al mismo tiempo la ciudad reúne sobre la base del intercambio, de bienes y de servicios, de protectores y de subordinados, de ideas y de sentimientos. El intercambio sólo es posible si hay heterogeneidad pero las diferencias expresan y pueden multiplicar las desigualdades. Y éstas generan conflictos, para mantener privilegios o para reducirlos, para extender los mismos derechos a todos o para aumentar la riqueza, el poder o la distinción de las elites urbanas. El conflicto social es inherente a la ciudad precisamente porque los proyectos humanos son contradictorios, responden a demandas y valores diversos, a necesidades e intereses opuestos. No hay urbanismo sin conflicto, no hay ciudad sin vocación de cambio. La justicia urbana es el horizonte siempre presente en la vida de las ciudades.10. La ciudad es comercio, es intercambio. La ciudad vive cada día del intercambio, es la plaza, es el mercado. Intercambio de bienes y de servicios, de ideas y de informaciones. El intercambio supone paz y reglas, convivencia y pautas informales que regulen la vida colectiva. La ciudad es comercio y cultura, comercio de las ideas y cultura de la producción de bienes y servicios para los otros. Comercio y ciudad son tan indisolubles como campo y naturaleza. La ciudad existe como encuentro de flujos.
Los egipcios representaban la ciudad mediante un eje de coordenadas, su cruce era la ciudad. Este encuentro de flujos se completa con una circunferencia, la ciudad como lugar, como comunidad, concentración de población heterogénea, abierta al intercambio. Pero también como lugar del poder, del templo y del palacio, de las instituciones y de la dominación. Y de la revolución cuando ésta se hace insoportable. Pero mientras tanto la ciudad debe funcionar como lugar regulador de un intercambio de vocación universal. Lo cual supone más orden que caos. Otra paradoja: la ciudad como lugar del cambio es también lugar de rupturas de marcos institucionales, legales, materiales, culturales. Ciudad de la excepción necesaria. Pero la ciudad de la regla es la ciudad del orden y del derecho, de la cohesión y de la tolerancia. La regla democrática es orden como esperanza de justicia urbana, es decir como proceso de conquista de derechos ciudadanos.
11. La ciudad y el sentido. Ética y estética urbanas.La ciudad será tanto más incluyente cuanto más significante. La ciudad sin atributos, sin monumentalidad, sin lugares de representación de la sociedad a sí misma, es decir, sin espacios de expresión popular colectiva, tiende a la anomia y favorece la exclusión. La ciudad se hace con ejes de continuidad que proporcionen perspectivas unificadoras, con rupturas que marquen territorios y diferencias y con centralidades distribuidas en el territorio que iluminen cada zona de la ciudad, sin que por ello anulen del todo áreas de oscuridad y de refugio. La ciudad sin estética no es ética, el urbanismo es algo más que una suma de recetas funcionales, la arquitectura urbana es un plus a la construcción. El plus es el sentido, el simbolismo, el placer, la emoción, lo que suscita una reacción sensual. La ciudad del deseo es la ciudad que se hace deseable y que estimula nuestros sentidos.Ser ciudadano es sentirse integrado física y simbólicamente en la ciudad como ente material y como sistema relacional, no sólo en lo funcional y en lo económico, ni sólo legalmente. Se es ciudadano si los otros te ven y te reconocen como ciudadano. La marginación física, el hábitat no cualificado, la ausencia de monumentalidad iluminante, la no atractividad para los otros, genera situaciones de capitis diminutio urbana.12. La ciudad como espacio público.

Por todo lo que antecede es lógico deducir que una de las líneas que recorrerá este texto es la reivindicación de la ciudad como espacio público. Negamos la consideración del espacio público como un suelo con un uso especializado, no se sabe si verde o gris, si es para circular o para estar, para vender o para comprar, cualificado únicamente por ser de «dominio público» aunque sea a la vez un espacio residual o vacío. Es la ciudad en su conjunto la que merece la consideración de espacio público. La responsabilidad principal del urbanismo es producir espacio público, espacio funcional polivalente que relacione todo con todo, que ordene las relaciones entre los elementos construidos y las múltiples formas de movilidad y de permanencia de las personas. Espacio público cualificado culturalmente para proporcionar continuidades y referencias, hitos urbanos y entornos protectores, cuya fuerza significante trascienda sus funciones aparentes. El espacio público concebido también como instrumento de redistribución social, de cohesión comunitaria, de autoestima colectiva. Y asumir también que el espacio público es espacio político, de formación y expresión de voluntades colectivas, el espacio de la representación pero también del conflicto. Mientras haya espacio público hay esperanza de revolución.

13. Urbanización no es ciudad.

Y sin embargo en este siglo en que la ciudad lo es todo, un siglo 21 que se nos presenta con dos tercios, o tres cuartos, de la población habitante en regiones urbanas o urbanizadas, y que en Europa ha alcanzado un nivel de generalidad que nos permite hablar de Europa – ciudad, pues bien, en este siglo urbano la ciudad parece tender a disolverse. Urbanización no es ciudad, otro de los hilos conductores de este texto. Crece la población suburbana, en las regiones europeas el suelo urbanizado se multiplica por dos en 25 años sin que haya aumentado la población. La ciudad «emergente» es «difusa», de bajas densidades y altas segregaciones, territorialmente despilfarradora, poco sostenible, y social y culturalmente dominada por tendencias perversas de guetización y dualización o exclusión. El territorio no se organiza en redes sustentadas por centralidades urbanas potentes e integradoras sino que se fragmenta por funciones especializadas y por jerarquías sociales. Los nuevos monumentos del consumo, el desarrollo urbano promovido por el libre mercado dominante de poderes locales divididos y débiles, los comportamientos sociales proteccionistas guiados por los miedos al «otro» y por el afán de ser «alguien», la privatización de lo que debiera ser espacio público…todo ello lleva a la negación de la ciudad. El libre mercado todopoderoso no tiene capacidad integradora de la ciudadanía, al contrario, fractura los tejidos urbanos y sociales, es destructor de ciudad.

14. La vida de las ciudades.

La ciudad, a pesar de todo, permanece y renace. En cada etapa histórica se ha decretado la muerte de la ciudad, cada cambio tecno – económico o socio – político en algunos momentos ha parecido conllevar la desaparición de la ciudad como concentración densa y diversa, polivalente y significante, dotada de capacidad de autogobierno y de integración socio – cultural. Y siempre esta ciudad ha reaccionado, se ha transformado, pero ha continuado siendo ciudad. Existen dinámicas objetivas que refuerzan a la ciudad, exigencias de centralidad y de calidad de vida, economías de aglomeración y de consumo colectivo, requisitos de gobernabilidad y oportunidades de refugio. La crítica a la urbanización no ciudadana es múltiple y poliédrica como la ciudad. Y que arrastra consigo ganga con mineral rico, valores universales con intereses insolidarios. Los movimientos urbanos, vecinales o cívicos, pueden contener lo mejor y lo peor de las gentes. En unos casos plantean conflictos de justicia social urbana, pero en otros expresan intereses excluyentes e insolidarios (a veces xenófobos o racistas). La crítica urbanística tanto puede estar al servicio de valores «passeistas», en sentido estricto «reaccionarios», o de búsqueda de nichos de mercado interesante (como algunas operaciones del llamado «new urbanism», no por ello falto de interés). Pero también puede expresar el progreso de la mejor tradición urbanística, que vincula la vanguardia con la memoria, la funcionalidad con la justicia social, el proyecto con los entornos. La reacción política «descentralizadora», de autogobierno, de radicalización de la subsidiaridad a favor de los entes locales, no está exenta de ambigüedades tampoco, puede expresar reacciones proteccionistas, defensoras de privilegios o de encerrarse en pequeños mundos temerosos de insertarse en procesos globales. Aunque nos parece ante todo una exigencia de gobiernos de proximidad, de democracia deliberativa y participativa, de identidades y de pertenencias frente a procesos globalizadores anónimos e inasibles, frente a la frigidez del mercado y de la democracia electoral.

15. El autogobierno ciudadano como cuestión actual.

No es posible desvincular la reivindicación de ciudad del reforzamiento y la innovación de la gobernabilidad local, subestatal, de proximidad. La «glocalización», es decir la dialéctica entre los procesos globales y los locales, que se contraponen y se refuerzan mutuamente es hoy no solo admitido en teoría sino fácilmente observable. Aunque a veces se utilicen fórmulas antiguas, la reivindicación de los ámbitos regionales o comarcales, la revalorización del municipalismo, el resurgimiento de nacionalidades integradas en Estado – nación decimonónicos, son fenómenos profundamente modernizadores. Y que arrastran enormes ambigüedades, como ocurrió en el siglo XIX en los movimientos críticos con la revolución industrial. La exaltación de un pasado idealizado y de una identidad esencialista, el mantenimiento o restauración de instituciones arcaicas excluyentes y economías poco productivas, el encerramiento sobre ámbitos reducidos y defensivos que no se plantean posicionarse en el mundo exterior que se percibe únicamente como peligro, la percepción del «otro» como una amenaza. Pero hay otra cara de esta moneda: la gestión política de proximidad, las políticas publicas integradas, la innovación política participativa, la reinvención de estructuras territoriales significativas que posicionen en el mundo actual, la reconstrucción de identidades colectivas que nos hagan existir en la globalización homogeneizadora y generen cohesión social. Hoy, la innovación política es posible y necesaria en los ámbitos globales y en los locales o regionales. Especialmente en las ciudades y en las regiones entendidas como sistemas de ciudades fuertemente articuladas. El territorio hay no es solo un dato, es también el resultado de una estrategia, una construcción voluntaria. Y la ciudad actual o existe como proyecto político innovador, competitiva en lo global e integradora en lo local, o decae irremisiblemente víctima de sus contradicciones y de su progresiva marginación.

16. La ciudad y su conquista.

Y volvemos al principio, la ciudad conquista si es conquistada. La ciudad como aventura iniciática a la que todos tenemos derecho y es el ejercicio de este derecho por parte de los ciudadanos establecidos y de los allegados de otros horizontes lo que hace a la ciudad viva en el presente, capaz de reconstruir pasados integradores y proyectos de futuro movilizadores. Hoy sin embargo se percibe la ciudad como lugar de crisis permanente, de acumulación de problemas sociales, de exclusión y de violencia. El lugar del miedo que privatiza en vez de socializar el teórico espacio público, de límites difusos y crecimientos confusos, en el que se superponen o se solapan instituciones diversas que configuran junglas administrativas incomprensibles para los ciudadanos, para muchos, y en especial para los jóvenes, la ciudad representa muchas veces no tanto una aventura colectiva conquistadora como un territorio laberíntico multiplicador de futuros inciertos para el individuo. A lo largo de este texto pretendemos argumentar que no nos encontramos ante la crisis de «la ciudad» sino ante el desafío de «hacer ciudad». Un desafío no exclusivo de las instituciones o de los planificadores, de los políticos o de los urbanistas, de los movimientos sociales organizados o de los agentes económicos. Es un desafío intelectual que a todos nos concierne. Es una exigencia y una oportunidad para todos aquellos que entienden que la ciudadanía se asume mediante la conquista de la ciudad, una aventura iniciática que supone a la vez integración y transgresión. La ciudad conquistada por cada uno de nosotros es a la vez la integración en la ciudad existente y la transgresión para construir la ciudad futura, la conquista de nuevos derechos y la construcción de un territorio – ciudad de ciudades articuladas.

JB

Los domingos, Jordi Borja escribe la columna de opinión «Metrópolis

Comentarios

3 respuestas a “Jordi Borja: La Ciudad Conquistada”

  1. ¿Un mundo urbanizado sin ciudades ni ciudadanos? : Gestion Urbana on julio 9th, 2008 01:59

    […] […]

  2. LAURA RAMIREZ SANCHEZ on mayo 23rd, 2009 08:56

    BONA TARDA JORDI…

    A ORIOL BOHIGAS SE LE HIZO «ILEGIBLE» MI CIUDAD, CARACAS. Tuve la experiencia de vivir en vuestra Barcelona unos años…mi gran pregunta es qué hacemos con nuestra Caracas? Por donde comenzamos?

    merci

  3. LAURA RAMIREZ SANCHEZ on mayo 23rd, 2009 09:18

    BONA TARDA JORDI…

    A ORIOL BOHIGAS SE LE HIZO “ILEGIBLE” MI CIUDAD, CARACAS. Tuve la experiencia de vivir en vuestra Barcelona unos años…mi gran pregunta es qué hacemos con nuestra Caracas? Por donde comenzamos?
    (excelente su exposicion sobre ciudad-gracias.)

    merci